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lunes, agosto 13, 2007 |
LAURA
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Pura trenza. Laura era, antes que nada, dos trenzas, siempre prolijas, simétricas: imposibles de imitar. Claro, a mí me las hacía mi madre –con amor pero escasos dones de peluquera- y a ella, la inmaculada Caroline, que todo lo hacía bien. Absolutamente todo. Luego de las trenzas, venían las pecas en ese rostro terso, de piel blanca pero nunca pálida; después, los vestidos, los cuellos impecables, las cascadas de volados, las enaguas y los zapatos abotinados. Los domingos: la iglesia, y para enfrentar a Dios y a su embajador en Walnut Grove, el reverendo Alden, Laura elegía su más puro vestido blanco y modificaba con un simple y único gesto el peinado convirtiéndolo en otro: enroscaba sus trenzas con un moño azul y así lucía elegante, especial. Para dormir, una cofia de paño, si hacía frío, y un camisón de algodón que casi arrastraba al subir la escalera a la bohardilla, compartida con Mary y Carrie en la casita de la pradera. Pero antes del sueño, el ritual de desarmar las trenzas, dejar en libertad el pelo, apretado y herido por la sujeción de todo un día, y aplicar el peine, con paciencia y disciplina. De pequeña, Caroline; ya de más grande Laura empezó a trenzarse el cabello sola y, para mi admiración, sus trenzas persistieron en la perfección. Cuando Almanzo apareció en su vida –y ella poco a poco fue perdiendo la gracia que me había enamorado de chica- Laura cambió para siempre el peinado y lo reemplazó por un ortodoxo rodete alto sobre la nuca, el mismo que había llevado su madre. Sobre las sienes, unas invisibles horquillas sostenían el flequillo y emprolijaban el resultado. Ya no más trenzas, ya no más infancia, ni para ella ni para mí.
Amalia Sanz |
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posteado por La mujer de mi vida a 1:43 p. m.
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yo quería ser laura.
4:29 p. m.
y el reverendo Alden! me había olvidado.
4:32 p. m.
(ya había salido en la revista, no?)
4:38 p. m.
11:36 p. m.
9:57 p. m.