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jueves, junio 14, 2007 |
CELOS
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El celoso no sabe que es celoso, cree que es realista. Como un Oráculo de Delfos de los sentimientos, como un Sherlock Holmes del deseo, el celoso predice el futuro y rearma los hechos del pasado con sólo observar el presente. Ve lo que nadie, tiene el oído absoluto del lenguaje amoroso. Ni los celos enferman, ni el celoso es un enfermo. Tampoco es un paranoico, ni un ridículo, ni un desubicado. El celoso es la víctima de un sistema de amores lights, de amores sentimentalmente correctos, de amores democráticos. Se anima a humillarse, a caer en lo más bajo de la condición humana con tal de encontrar la prueba de lo que siempre sospechó. Como en el amor, como en el deseo, hay muchas variaciones y matices de celos. Sólo el que se hundió en el amor, sólo el que se quemó en el deseo, sólo el que se humilló en los celos, está capacitado para mirar de frente al mundo. Los celos, es verdad, no son ni amor ni deseo. Son otra cosa. Pero sólo se pueden sentir en su verdadera dimensión cuando se ama o se desea. Y mucho más, cuando se ama y se desea. Los celos hacen que uno jamás se aburra. Siempre hay algo que averiguar, o algo que plantear, o algo que recordarle al otro. Los celos mantienen en la cabeza de uno, es decir, en el cuerpo, todas las coordenadas que hacen a nuestro objeto de amor. Nadie conoce tanto lo que ama como el que cela. Muchas veces, cuando el amor se termina, cuando el deseo se vuelve una especie de agua manchada de cenizas, los celos siguen. Perduran como estalactitas clavadas en el corazón. Son la última resistencia de nuestro cuerpo a la nada, a la indiferencia, al olvido de lo que alguna vez amamos.
Sergio Olguín |
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posteado por La mujer de mi vida a 1:32 p. m.
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