
Existen famas de primera y famas de segunda; de leading voice y de baterista. No es lo mismo ser Paul que ser Ringo. Ni ser Kusturica que ser parte de su No Smoking Orchestra. Hace unas semanas, Emir y los suyos viajaron en el mismo buque que tomé camino a Uruguay: iban en los asientos de al lado, en los de adelante, en los de atrás. La banda parece la versión serbia de los Auténticos Decandentes: son muchos, pasaron los 40 y todavía se sientan sobre las rodillas para hablar con el compañero que se sienta atrás. El compañero popular es el que además vive de filmar, el serbio con sede en Cannes. Por eso lo de la disparidad de famas. De todos, sólo uno era “conocido”: el de la cara de sueño y la remera lisa. A falta de portación de rostro, los otros músicos lucían pequeñas marcas, signos que daban cuenta de quiénes eran: uno con remera recitalera impresa con las fechas de las giras de la banda (su banda) por el mundo; otro, luciendo en la pechera el logo de Le Temps des Gitans. Iban marcados de sí mismos; contraseña efectiva para que las pupilas anónimas codearan al de al lado: “mirá, ahí está uno de la banda de Kusturica”. Y como si a la ruta Buenos Aires-Montevideo le viniera faltando rock, en el mismo barco iban Los Ramones (o lo que queda de ellos). En el free shop, indeciso y sin saber si llevarse los peanuts o las nuts (mirá qué loco que estas nueces yanquies lleguen hasta acá), su líder se agachaba para alcanzar una latita de maní, mientras la señora que casi lo pisa decidiéndose entre las aceitunas con salmón o limón del estante de arriba estuvo más cerca de sus pantalones chupines que cualquiera de las groupies que forcejearon para salvar el pogo y llegar al paravalanchas de la primera fila del campo. La primera fila nunca es para escuchar mejor. Es para ver. Para verlos. Mientras tanto, los que no son fans, los que tomaron un barco y compran delicatessen de freeshop, los que preguntan en voz baja ‘¿quiénes son?‘, de pronto los tienen ahí, a un asiento de distancia, mirando el río y esperando, como todos, que pasen las tres horas que quedan de agua y de camino. Sin embargo, incluso allí, no son como cualquier hijo de vecino. Marquesinas con patas brillando sin backlight, con luz (o remera) propia.
Eugenia Zicavo |