¿Quién dijo quién dijo "La Ciudad no tiene soja, pero tiene un contenido para ofrecer que buscamos potenciarlo, y el Bafim es una oportunidad de proyectarlo al mundo"? Sí, adivinaron: un altísimo funcionario del gobierno porteño, ése que están pensando. ¿No es conmovedor el intento de este muchacho por vender cualquier cosa, todo el tiempo? Parece que estuviera compitiendo por el puesto de empleado del mes. Sigue la gacetilla oficial: "afirmó ante un auditorio compuesto mayoritariamente por representantes de la industria musical". Menos mal, porque me imagino que a los músicos no les iba a causar mucha gracia eso del contenido para ofrecer. Otro funcionario completó la idea: "que [el Bafim, Buenos Aires Feria Internacional de Música] sirva de lugar de encuentro para que nuestros productos encuentren la demanda internacional". A ver, no es que haya nada de malo en vender, ni que el arte tenga que divorciarse de la realidad y sus apremios económicos. Para nada. Si hasta la gente de Gallery Nights, tan paqueta ella, tan calle Arroyo y diario La Nación, está lustrando la registradora mientras difunde sus eventos culturales con estas palabras: "El arte puede llenar ese espacio vacío en tu vida. O en tu living, o en tu comedor. En el escritorio o en la oficina..." Nadie se alarme cuando el próximo aviso diseñado en flash diga "No te olvides de tu tarjeta". No, no hay nada de malo en vender. Pero si uno es funcionario público -por lo menos hasta que se cambie esa denominación obsoleta y pasen a ser de una buena vez y abiertamente todos CEOs- no está de más tener un poquito de cuidado con las formas, al menos. Laurie Anderson, estrella en la noche de la mediocridad, señalaba en una entrevista reciente que hemos pasado de ser ciudadanos a ser clientes (si no, ¿por qué tenemos que renovar el pasaporte cada cinco años? ¿y las veredas?). Pero eso no es todo. Para que haya clientes tiene que haber mercancía. Al tipo de cambio actual, hoy los porteños no somos una clientela muy apetecible; funcionamos mejor como pequeños productores, trabajadores de alto rendimiento y bajo costo. Todavía no logramos producir soja (qué costaba, che, a ver si nos ponemos las pilas, un esfuercito), pero al menos podemos generar algún tipo de "contenido para ofrecer". Qué sé yo, tango, barrabravas, teatro, tribus urbanas, travestis, cine con realismo sucio, libros de cartón, rock, masacres en el rock, santuarios recordatorios de las masacres en el rock, algún debate emocionante en el congreso, movimientos sociales innovadores, piqueteros, algo. Algún "producto" que hipotéticamente, trabajo de esforzados servidores públicos mediante, podría llegar a "encontrar la demanda internacional". Y ahí sí, podremos respirar tranquilos escuchando la más maravillosa música: clinc, caja. Che... ¿Y los intelectuales? Bien, gracias; enfrascados en el debate acerca de qué foto llevar a la Feria de Frankfurt. O quizás, si se me permite citar otra vez a Laurie Anderson, "no sé, tengo la sensación de que lo único que está haciendo todo el mundo es chequear sus propios e-mails todo el tiempo". No, Laurie, también podrían estar actualizando su perfil de Facebook, e incluso escribiendo artículos acerca de Facebook y las nuevas subjetividades. Las opciones son infinitas.
Marcela BaschEtiquetas: Bafim, Buenos Aires, ciudad, cultura, política, soja |