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lunes, junio 16, 2008
Los libros que me llevaría si fuera un pasajero del vuelo 815 de Oceanic Airlines
 
Por Sergio S. Olguín


La famosa isla desierta. Uno va a parar a una isla desierta (o casi desierta) y sólo puede llevar, pongamos por caso, diez libros. ¿Qué elegir? ¿Con qué base hacer la selección? ¿Los libros que a uno más le gustaron o aquellos que reelería con más placer? Lo mejor es una combinación de ambos principios: libros que me apasionaron y que lo siguen haciendo cuando los releo, aunque más no sea, de manera fragmentada.

Novelas. Básicamente, novelas. Rojo y negro, de Sthendal antes que nada. La historia de un héroe romántico capaz de morir por orgullo y, por qué no, por amor. ¿Hay algún personaje más memorable en la literatura que el joven Julian Sorel? Ya tengo el primer libro. Sigamos. Y seguimos en Francia y más novelas de amor: La espuma de los días, de Boris Vian. Un libro lleno de pasión, humor y tragedia. El tercero: Don Quijote de la Mancha, del genio de Cervantes en la excelente edición de Huemul. Negociemos y pongamos como uno las dos partes. Un clásico de lectura díficil pero deslumbrante y conmovedora.

El cuarto libro y otra novela: Libro de Manuel de Julio Cortázar. Todo lo que uno querría encontrar en un libro está ahí: personajes fascinantes, una erótica revolucionaria y una escritura inigualable en la Argentina. Cortázar había nacido en Bélgica, como Georges Simenon: busco una novela entre las cientas que escribió: El hombre que miraba pasar los trenes, o cómo la realidad más banal esconde posibilidades terribles. No olvidar llevar alguna novela del inglés John Berger: Lila y Flag, no hay dudas. La historia de unos jóvenes que soportan las injusticias de una Europa racista y clasista.

¿Y libros de cuentos, de poesía, de ensayo, de teatro? Me quedan sólo cuatro obras. Elijo una por género. Cuentos: Primer amor, últimos ritos de otro inglés, Ian MacEwan, y otra vez el amor. Poesía: los Poemas humanos de César Vallejo, leerlos y releerlos hasta saberse todos los versos de memoria. Ensayo: El hombre rebelde de Albert Camus, leerlo y releerlo hasta entender que el hombre es absurdo y que la rebeldía es la única salvación. Teatro: Rey Lear del gran Shakespeare, una tragedia de hace cuatro siglos que sigue siendo actual: todo error se paga.

Ya están los diez. ¿Pero cómo? ¿No voy a llevar El grito de la lechuza de Patricia Highsmith, ni Opiniones de un payaso de Heinrich Böll, ni Crimen y Castigo de Dostoievsky, ni Madre noche de Kurt Vonnegut? ¿Y los libros de cuentos de Fontanarrosa, o los libros de Rodolfo Walsh, o las obras de Georges Perec, o las de David Viñas? ¿Nunca más voy a poder leer el teatro de Jean Racine y de Oscar Wilde, los poemas de Gelman y de Quassimodo, las novelas de Chandler y de Arlt? ¿Cómo dejo afuera a Kafka y La guaracha del Macho Camacho de Luis Rafael Sánchez? ¿Y los ensayos de Edward Said, los cuentos de Dorothy Parker y los poemas de Pizarnik y de Jaime Gil de Biedma? ¿No hay lugar entre los diez para Opus Nigrum de Marguerite Yourcenar?

El dueño de la isla desierta (pongamos que se llama Ben) tiene poca paciencia se enoja por mis dudas y me exige que olvide eso de los diez libros. Sólo puedo llevar tres y no pueden ser ninguno de los nombrados. Pienso unos segundos y elijo: una obra de teatro, Esperando a Godot de Samuel Beckett, y dos novelas, Noticias del paraíso de David Lodge y Striptease de Simenon.

Como repito un autor, Ben se enoja más aún y me dice que sólo puedo llevar un libro. Pienso en uno que los contenga a todos. Ya está: la novela Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino, un libro de eternos comienzos, de finales abiertos hasta el infinito y una conclusión que vale oro: todos los libros remiten a dos historias básicas; la continuidad de la vida o la inevitabilidad de la muerte. Ben detesta la narrativa italiana. Se enfurece y sólo nos permite llevar tres frases tomadas de cualquier libro. Hago memoria y recito:

La noche puede durar y durará todavía/ El alba es oficio de sobrevivientes” (Mario Trejo, El uso de la palabra)
Te voy a beber de un trago,/como una copa de ron” (Nicolás Guillén, Sóngoro Cosongo)
No es nada que la vida sea atroz; lo peor es que sea vana y sin belleza” (Marguerite Yourcenar, Alexis o el tratado del inútil combate).

¡Una frase, sólo una frase podrás llevar a la isla! ¡Y menos de diez letras!, me grita Ben enojadísimo porque nombré dos veces a Yourcenar. Busco unas palabras que resuma todo: por qué escribir, por qué leer, por qué publicar, por qué amar y destestar, por qué seguir haciendo cosas. Aparece nuevamente el viejo Boris y me susurra:

¿Por qué no?” (Boris Vian, Escritos sobre Jazz)
 
posteado por La mujer de mi vida a 8:43 p. m.
 
 
5 Comentario(s):
Anonymous Anónimo dijo...
¿Y si Ben sólo te permitiera llevar una palabra?
Que sea una larga, así se puede jugar a algo. Supercalifragilísticoespialidoso, por ejemplo.
Si tuviera que elegir un solo libro, creo que me quedo con los Nueve Cuentos de Salinger. Son como los números de Lost: siempre se les encuentra una vuelta nueva.

1:39 p. m. 
Blogger Cintia Lepere dijo...
Yo me llevaría "Los asesinos de los días de fiesta", de Marco Denevi; aunque por qué no, también me cargaría con "Rosaura a las diez"

Muy buen post.

Saludos

www.cintia-enprimerapersona.blogspot.com

http://blogs.clarin.com/enprimerapersona

12:24 a. m. 
Anonymous Anónimo dijo...
Yo me llevaría Robinzon Cruzoe, Dos años de vacaciones, La familia Robinson y cualquier otro libro con el que me pueda sentir identificado en una isla desierta.
Pero si tengo que llevar un solo libro me quedo con La tía Julia y el escribidor, de Vargas Llosa.

4:02 p. m. 
Blogger La mujer de mi vida dijo...
Si me tuviea que llevar una sola palabra y puede ser compuesta sería "Ydalebocadalebó". Si tiene que ser una palabra sencilla creo que me quedo con "Sí". Pero si me exigen una sola letra me quedo con "Y" que es letra, vocal, consonante y hasta palabra ella solita. Una letra como la "y" es una buena compañia en una isla desierta.
S.

4:08 p. m. 
Anonymous Anónimo dijo...
Cuanto hambre
10:39 a. m. 
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